Aprovechando los días extras que teníamos en Fez, habíamos alquilado un coche para conocer los alrededores. El primer día habíamos visitado Meknes, Volubilis y Moulay Idriss. Para esta segunda visita con el coche, decidimos ir a visitar Rabat en un día.

Creo que ninguno esperábamos gran cosa ya que realmente apenas había leído reacciones ni muy positivas ni muy negativas. Es más, en muchos itinerarios que había leído, Rabat quedaba excluido. Sin embargo, como os comento más abajo, nos sorprendió muy gratamente.

Cómo llegar
Tras un par de horas en la autovía atravesando campos de cebada y olivares, llegamos a la metrópoli formada por Saleh y Rabat, dos ciudades separadas tan solo por el río Bu Regreg. La primera gran sorpresa llegó al cruzar el puente que une ambas ciudades. La vista desde ahí sobre la desembocadura del río, con la kasbah de Rabat a la izquierda y las modernas casas costeras de Saleh al otro empezaban a prometer.

En solo cinco minutos más, ya habíamos aparcado justo bajo la alcazaba. Aprovechamos el magnífico clima que hacía para pasear por el malecón que hay a lo largo del río. Es un sitio perfecto para disfrutar de la tranquila vida portuaria, viendo pequeñas barcas de pescadores ir y venir. Tampoco faltaban quienes se afanaban en reparar las redes. Y todo el rato con la silueta de la kasbah al fondo. Kasbah significa fortaleza y es la palabra árabe que nos dio el término alcazaba, de ahí que solamos usarlo en España para hablar de las zonas fortificadas de origen árabe.

La Kashba de los Udaya
Siguiendo el malecón, rodeamos la parte baja de la alcazaba para entrar por la puerta principal, Bab el-Udaya. Esta puerta es una de las imágenes más reconocibles de la ciudad. Tiene origen almohade y la parte más curiosa para mi es que, en vez de formar parte de la muralla, parece ser un anexo, ya que la entrada es perpendicular a la fortificación. Entre la curiosa posición, la abundancia en decoraciones y su situación en lo alto de unas escaleras, es realmente una vista muy atractiva.
La alcazaba, por dentro, está formada por una intrincada red de callejuelas. Fueron los moriscos expulsados del pueblo extremeño de Hornachos quienes le dieron el aspecto que tiene hoy. Cuando llegaron, Rabat era una ciudad medio abandonada, por lo que, a cambio de poder habitar la fortaleza, se les encargó reconstruirla y protegerla.

Las casas y mezquitas están todas encaladas, predominando el blanco y el azul en todo el barrio. Fueron un buen tentempié para la belleza de las calles completamente azules que vimos al día siguiente en Chefchaouen.
La única calle recta, Kalaa Jamaa, parece dividir entre la zona alta y la baja. Al final de la misma, llegamos a la única plaza abierta del recinto, desde donde hay magníficas vistas sobre la desembocadura del río Bu Regreg en el océano Atlántico y las playas de Rabat y Saleh. También se ve el extenso cementerio de Rabat, que está a los pies de la playa.

Tras disfrutar de estas maravillosas vistas, recorrimos las callejuelas de la zona alta de la kasbah, donde se encuentra la mezquita. Como ya comenté, todas las casas son azules y blancas; no os perdáis las preciosas puertas de la calle Zirara.

Por último, callejeamos cuesta abajo y, aunque hay muchos rincones bonitos, cabría destacar un palacete cerca a la calle Bazzo. El último regalo que nos ofrecía la alcazaba es el jardín andaluz. A mi, personalmente, me recordó bastante a los Alcázares de Sevilla. Es pequeño, pero no faltan los naranjos, las palmeras y abundantes plantas con flores. Además, está presidido por el bonito edificio del museo de los Udaya, que en el pasado fue el palacio de Mulay Ismail.
Los zocos
Tras haber pasado nuestras buenas dos horas en la alcazaba, entramos a la medina. La calle de los Cónsules es la ruta de entrada perfecta al zoco. Está salpicada de bonitas casas allá y acá, muchas de las cuales contienen algunas de las tiendas más bonitas que vimos en el viaje. Es una calle más ancha que las típicas de los zocos de Marrakech y Fez, por lo que es muy agradable pasear por ella.

Al final de la calle de los Cónsules, hacia la derecha según la dirección en la que íbamos, empieza la calle Soukia. Esta está cubierta y, aunque en el momento de la visita (abril de 2018) estaba siendo remodelada, era muy agradable.
Allí aprovechamos para comer en el restaurante Dar el Medina. Allí probé la mejor sopa harira de todo el viaje y también tienen una deliciosa selección de brochetas. Además, está en una bonita casa con un lindo patio.

La mejor parte de la calle Soukia empieza cuando el techado se acaba. Quizás por las obras, o quizás siempre esté igual, pero me pareció la calle más polvorienta de Rabat. Sin embargo, las vistas de los minaretes de las varias mezquitas de la calle, los puestos de verduras, los toldos, los maniquíes, ofrecían una preciosa estampa. Y, como en todos los zocos, toca perderse para encontrar las callejuelas más bonitas.

Murallas andalusíes y torre de Hassan II
Desde allí salimos al Bulevar Hassan II. Caminamos a lo largo de las murallas andalusíes hasta que nos desviamos hacia la torre de Hassan II. Fue diseñada para que fuese más grandiosa que la Giralda de Sevilla y ser el minarete de una gran mezquita. Pero ni la torre alcanzó la altura esperada ni la mezquita se llegó a terminar.

Si os acercáis desde el centro de la ciudad como nosotros, no os sorprendáis si encontráis el jardín cerrado, ya que suele ser lo normal. Seguid rodeando el complejo cuesta arriba y encontraréis la entrada. Estaréis en la explanada con los restos de la mezquita. De esta, solo quedan las bases de las columnas, aparte de la torre, dando un aspecto realmente bonito.
Un dato curioso es que se oyen muchos pájaros en la explanada, aunque no se veía ninguno. Al cabo de unos minutos nos dimos cuenta de que todos se oían en una secuencia específica que se repetía cada poco. Parece ser que usan la megafonía del minarete para hacer más agradable la visita.

Al otro lado de la explanada se encuentra el mausoleo de Mohammed V, el abuelo del actual rey. Está decorado muy bonito y el interior parece una versión musulmana del mausoleo de Napoleón en París. Por desgracia, llegamos cuando estaban preparando una visita oficial, por lo que nos despacharon con prisas.

Chellah
La última visita en Rabat la dedicamos a la necrópolis de Chellah, a la que llegamos en coche. Fundada originalmente por los bereberes y controlada después por los romanos, Chellah fue el germen de la actual Rabat. Es una interesante visita de al menos una hora de la que destacaría la combinación de restos romanos, bereberes y de las primeras culturas musulmanas de la zona.

Además, en la zona abundan las cigüeñas, y allí nos encontramos con numerosos nidos. Me sorprendió que no fuese un lugar lleno de visitantes ya que me pareció un lugar imprescindible para conocer la historia del país.
Aunque me quedé con las ganas de pasear por el barrio francés de Rabat, aún quedaban dos horas de coche por delante, por lo que decidimos volver. La vuelta, por autopista, fue igual de tranquila que la ida. Y Rabat se había convertido en una de mis ciudades favoritas de Marruecos.

¡que buen post!
¡Muchas gracias! Me alegro de que te guste y no dudes en mirar los que vienen después 😀
Hola, tenemos previsto ir a Marruecos pronto y sólo tenemos 5 días. Si conoces Marrakech, nos recomendarías visitar la zona de Fez, Meknes, Chefchaouen y Rabat o la de Marrakech, Ouarzazate, Essaouira?
Gracias
Hola!La verdad es que tanto la zona de Fez como de Marrakech me gustan mucho. Chefchaouen es sin duda mi ciudad favorita, junto con Rabat.
Ouarzazate fue la que menos me gustó, especialmente porque son muchas horas de transporte (por lo que no recomiendo una excursión de un día).
Para una visita de cinco días, podríais hacer 2 en Fez, 1 en Chefchaouen, 1 en Rabat y el quinto, para Meknes, por ejemplo. Si os decidís por Marrakech, esta ciudad merece 3 días de visita, por lo que añadirle Essaouira sería muy buena opción.
Espero que disfrutéis del viaje!